Con la década de los años 60, se vino la difusión de la píldora anticonceptiva y empezaron a desaparecer aquellas familias de 8 o 10 hijos donde la madre fungía como una simple ayudante del rey del hogar, el padre.
La posibilidad de decidir sobre su sexualidad y sobre el número de hijos a tener, generó una liberación femenina que a ellas les permitiera integrarse a la vida laboral, tener mayor peso en las decisiones conyugales o inclusive optar por el divorcio.
Empezó a incrementarse el número de familias mono parentales. Esto es, hogares donde a los hijos los atiende un solo padre o madre divorciado, viudo o simplemente soltero.
¿Existe menos amor o cuidados en la casa donde sólo hay un progenitor?
La verdad es que no, pues el hecho de que se viva dentro del clásico modelo familiar con papá y mamá tampoco garantiza que ambos estén interesados por el bienestar de los hijos o de su pareja.
La revolución sexual y la modernidad trajo un cambio en la forma de operar de la sociedad y la configuración de los núcleos familiares tuvo que adaptarse para poder llevar el ritmo.
La arquidiócesis de México dio a conocer una vez más su postura sobre el matrimonio gay: es inmoral dicen.
La unión ante la ley y la sociedad de personas del mismo sexo, es otra variación que demanda el futuro pero que inclusive en países de vanguardia cuesta aprobar.
Tenemos muy arraigada la idea de que únicamente bajo el techo en el que conviven padre y madre hay amor y atención, sin embargo hay familias de divorciados, viudos y padres solteros que ponen el ejemplo.
Ahora toca el turno para las parejas homosexuales, pues además de casarse, con la posibilidad de adoptar pudieran dar hogar a algunos de los tantos niños huérfanos que ni a papá o mamá tienen derecho.